20/9/15

Periodismo




Se supone que me dedico a la sección “policiales” del periódico local. Sin embargo, al ser una ciudad pequeña, en realidad también hago las necrológicas, el café, los mandados y cualquier otra tarea en la que parezca ocupado. Y de ese modo preservo mi puesto. En épocas de calma, y si persiste la ausencia de temas, me fijo en las noticias de un  periódico anterior.

Aún recuerdo con intriga aquel caso: las joyas pertenecían a Doña Inés Fruto de Olivares. Notó su falta esa mañana, al levantarse. El asunto no tenía explicación pues ella se había quitado algunas al irse a dormir y, para cuando llegó la policía, todas las puertas y ventanas estaban cerradas por dentro. La viuda empleaba a una mujer para hacer las tareas caseras, la señora Ortiz, que si bien atendía hacía veinte meritorios años la mansión, desde antes de la muerte de Don Olivares, se transformó en la principal sospechosa al no estar presente.

La policía allanó de inmediato su domicilio, encontró algunas pulseras que engalanaban un gran charco sangriento y a la doméstica que yacía en el suelo sin vida. La sangre aún manaba  de un profundo tajo en su abdomen. En ese entonces averigüé que ella compartía su morada con una sobrina lejana: Ercilia, de muy mal carácter y con la que discutía frecuentemente por dinero, según contaban los vecinos. Intenté hallarla antes que la policía, pero se esfumó y creí que la cosa no se resolvería.

Sin embargo, al seguir la búsqueda de temas, en un parte de la agencia de noticias, hoy me entero que la detuvieron intentando abordar un avión. Sus huellas digitales aparecían en el cuchillo asesino y la sangre de su tía en las joyas robadas que escondía en un simple bolso. Lo que me provoca un escalofrío es leer que, mientras se la llevaban, reía alienada con una carcajada de demencia y revancha. 
     
En las necrológicas que redacto no encuentro mayor interés fuera del hecho de que se cumplen diez años de la muerte de Don Olivares, de modo que recorreré su gama de parientes en la esperanza de encontrar una oveja negra cuyas trapisondas sean homéricas.

No lo podía creer. Mientras armaba las columnas para editar, comencé por el recordatorio póstumo de Doña Inés Fruto de Olivares, y advertí que más abajo, ocupando solo dos renglones, pequeño, casi escondido, debía colocar otro que decía: tus hijos naturales Juan y Ercilia hacen votos  para que tu alma penitente arda por toda la eternidad.

Sentí un escalofrío premonitorio al saber de ese hermano inesperado de la asesina. Moví cielo y tierra en el periódico hasta que comunicándose con la policía me proporcionaron la dirección de Juan. Él, al igual que Ercilia, tomó el apellido de su madre, la doméstica Ortiz. Cuando lo entrevisté para el artículo que vibraba en mi cabeza, me refirió con pesar y odio toda la historia de sus reclamos hacia ella, que los permitió bastardos. Así, olvidados en el testamento del promiscuo Olivares, fueron  condenados a una vergonzante pobreza.

Ahora que tengo el artículo completo, no sé qué hacer con él. Echo al fuego el periódico viejo y, mientras las llamas bailan ante mis ojos, en mi mente deja de ser noticia para transformarse en una triste historia de lujuria, locura y muerte.


Carlos Caro

Paraná, 13 de agosto de 2015

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5 comentarios:

  1. Perfecta redacción de gacetilla periodística Carlos felicidades es un magnifico micro.
    Un abrazo.

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  2. Qué historia más atrapante. Me has encandilado con tu forma de contarla, tan limpia y elegante. Felicidades, Carlos. Un beso

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  3. Carlos se que estas acostumbrado a mis elogios pero este cuento policial demuestra que tu talento trasciende los géneros.
    El tiempo de narración me resulta un gran acierto.

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    1. Has captado mi estilo, por eso es que aprecio tus acertados puntos de vista. Como dices, trato de tocar todos los subgéneros del cuento y, que consideres que el tiempo empleado es al adecuado no hace mas que confirmarme que eres un gran escritor(el que no escribe bien no lo notaría). Un abrazo. Carlos

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