22/8/15

El truco



A medida que desando el camino a casa, me despojo del agobio, del afán y de las preocupaciones. Allá dejo mis cadenas y a mi jefe, sin timidez ni lealtad. Tarareo un murmullo que me hace bailar y loco, esquivo las baldosas negras en una rayuela que me lleva al cielo de mi imaginación.

Llave, café con leche y a esperar que las primeras sombras disimulen mi entusiasmo lúdico. Inútil intento, la taza se enfría mientras mi mente ya me sienta al lado de la mesita en el comedor del club.

Me saluda Alberto con una sonrisa cómplice que se extiende a los ojos achinados que esconden una picardía sin maldad. Debe ser como la mía, pues divertidos, nos reunimos antes para cambiar toda la señas y batir al enemigo. Ese enemigo tan querido e  inestimable de mil batallas de naipes. Inocentes, ya se acercan charlando, son el “pelado” José y el “rengo” Miguel. Nos saludan, Alberto es el “cura” y yo soy el “petiso”. Todos formamos ahora  el cuarteto necesario.

El truco es un juego especial; si bien la suerte tiene algo que ver ni siquiera su objetivo es ganar. Es bullanguero y pícaro, mentiroso y ladino; se juega por parejas y, cada mano es una partida de ajedrez entre las señas que se muestran al compañero y las que se esconden al contrario. La táctica y la estrategia la dan los años y la práctica, también el íntimo conocimiento de los pensamientos y mañas de esos cuatro contendientes que, en esa batalla incruenta, profundizan una aprecio difícil de igualar. Sin dinero ni apuestas no hay vencidos ni vencedores, sólo se cuentan treinta porotos o treinta fósforos o, a falta de otra cosa, treinta míseras migas de pan. La victoria es efímera y veleidosa, partido tras partido cambia de amante. Por conocida, río cuando baila conmigo y también cuando lo hace con otro.

En el remanso que se produce al juntar los naipes, mezclarlos y volverlos a dar, se cuelan las vivencias, las alegrías y los pesares. En la mesa ruedan sin destino las confidencias. Alberto bandea su esperanza de un aumento de sueldo en el trabajo, al pelado se le hizo por fin, y Margarita le dio el sí. Una mancha negra se esparce con la preocupación de Miguel por la salud de su mamá. Yo contengo y doy esperanza con chistes tontos, aunque la soledad haga correr mis lágrimas de colores  como las que pintan la cara de un payaso.

Otra vez la suerte en tres cartas. La fiebre, el bochinche y la simple alegría de estar juntos en la calesita que gira. Gira la mesa, giran los turnos y gira la memoria de mil encuentros compartidos. Compartidos con los flashes de las familias y del amor, del dolor, el enojo y las angustias. En un remolino tan azaroso como el juego y en el que, con sorpresa, reconocemos la vida misma. Esa que como el viento loco del destino hoy nos reúne feliz y mañana quizás nos sople lejanos.

Cae el sol y me apuro para llegar al club ¿Era la oreja izquierda o la derecha la que debía tirar para indicar al ancho de bastos? Mejor le digo a Alberto que practiquemos antes. Sin embargo no me importa demasiado, esta noche volveré con el dos de oro en la mirada sobre mi sonrisa o un ¡Carajo! que esconde, agridulce en el bolsillo, la baraja sobada por la amistad.


Carlos Caro

Paraná, 15 de setiembre de 2015 

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