4/9/15

Dientes



Estoy inquieto, lo sé. Algo da vueltas en mi cabeza, pero no logro asirlo. Es una idea que huye de la razón y, por experiencias anteriores, me preocupa. Intento tomar un café y me horrorizo al pensar que estoy descerebrado y babeante. Mi labio, yerto, no sigue el contorno la taza y el café se derrama. Porfiado, muerdo una tostada, más el gusto alquímico de la sangre me advierte que también herí la boca.

La anestesia que debía proteger mis encías del dolor, se ha expandido a la mitad de mi cara. Me miro al espejo. Parece que hubiera sufrido una apoplejía y el rostro, dislocado, lo refleja. Intrigado lo busco entre sus compañeros y allí está. Fuerte y brillante, inmune a la sangre o al dolor; inmune a la vida y al tiempo. El implante de titanio, con su remate de cerámica, me muestra el camino hacia un futuro de cyborg.

Esto rumoreaba mi mente, ¿serán reemplazadas también las cabezas de mi fémures y mis rotulas?, ¿horadará el láser mis retinas para devolverles su foco ante tan atrevida presbicia?, ¿cuándo sordo, reemplazaré el oído exterior con pequeños huesos plásticos fabricados con una impresora 3D?, ¿conservaré el amor si los estents anidan en mis arterias y las válvulas de mi corazón sean otras, artificiales?, ¿volveré a ser joven si desaparecen mis arrugas inyectándome toxinas? ¿Para qué, por quién?

Mil preguntas me asaltan y, obnubilado, pienso en el principio cuando aún no había un yo reconocible. Desdentado, mi universo era el pezón de mi madre que me alimentaba con su leche y su cariño. Al aflorar los dientes, la herí y purgué esa culpa con el segundo trauma de la humanidad, el destete. Lo escondí y sufrí la salida de los de leche a los que, divertido, vi desaparecer reemplazados por  los huecos en las risas de mis amigos.

Esperé que “me asentaran” las muelas del juicio, pero demoraron tanto que, cuando quisieron, ya no tenían lugar. Quizás por su falta, la adolescencia fue alocada y mis primeros besos de pasión fueron un estrepitoso entrechocar de dientes con ella.

Absorto en reflexiones, no me extraña encontrar en mi imagen la historia odontológica de mi boca: amalgamas metálicas, fundas de porcelana y puentes moldeados. Dientes que se gastan o astillan y encías que, vergonzosas, se retraen. Mis caninos han perdido tan fiero nombre y ya parecen bovinos. Sin embargo ahí reluce el futuro: taladro, pegamento y la eternidad.

¿Es éste el destino que me reservó la naturaleza o con mi orgullo la contrarío? Mi mente, egoísta, quiere sobrevivir a toda costa. No se detiene a pensar que quizás debo ceder mi lugar a la juventud, en el ciclo natural de muertes y nacimientos. Alienada por esta sociedad, sin más dios que el dinero, no quiere entender que el final es apenas un instante para el alma.

Con pesar, imagino un mundo geronte donde, en busca del espacio vital, alguien desechará mi féretro. Tras centurias, al abrir la tapa, encontrará el polvo de mis huesos y como los dientes de aquel renombrado vampiro, mis inmaculados implantes de titanio.


Carlos Caro

Paraná, 2 de setiembre de 2015

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