Negro, oscuro,
tinieblas. Molestia, enojo y un no querer. Me giro como un remedio para
escabullirme, pero ya mi imaginación me traiciona y lo siento hormiguear en la
nuca. Te vas, te desvanecés en ese sueño que me resisto una vez más a
abandonar.
Enojado, entreabro los
ojos, solo una ranura que no me comprometa a nada, y que pueda negar con un
enfurruñado gesto. La tenue claridad, sin embargo, despierta mi corazón y se
desliza tranquila con la promesa del nuevo día. Vago entre alboradas sombras
sin lugar, ni pasado ni futuro. Floto en un ubicuo universo que me recuerda
aquella placenta protectora, y hasta retumba el latido materno. No. Mi razón
asoma y me dice que es el mío.
Veo ese sol madrugador
iluminar el techo. Me desconcierta hasta que noto las ondas cambiantes que
produce el agua. Seguramente ha llovido y, al reflejarse en un charco a través
de una fina ranura de la persiana, lo reproduce invertido. Es el mismo efecto
que aprovechan las cámaras de fotos o nuestros ojos. Con hastío, silencio a la
ciencia y prefiero la magia de la sinrazón.
Aparecen, flotantes,
las copas de los árboles cuyos troncos nacen en el cielo. Estiro mi mano y la
punta de mis dedos brillan entre las mil motas de ese polvo prodigioso que ha
soltado Campanita, la pequeña hada de Peter Pan. Esa que ahora se camufla como
una imposible mariposa y que entra o sale del escenario según la luz. En mi
palma siento las plumas de una alondra que, recostada en ella, picotea las
lombrices de un arco iris. Las nubes navegan entre las olas de un mar dónde
nadan también las aves y donde mi fantasía quiere sumergirse. Loco, distingo
arriba a los verdes del follaje y a las flores que, ya abiertas, me miran
curiosas.
Mi alma se inflama de
dicha ante tanta maravilla y se torna anhelo por este día. Me entusiasma pensar
en lo lindo que será, en tu rostro amado y en los besos con que lo cubriré. Ya
no me importa que te hayas disipado en el sueño, pues te encontraré en este, mi
más bello día. El sol ha seguido su curso y su fulgor, que ya se cuela
incontenible, desvanece con su prepotente claridad al alborado mundo de
ensueño.
Me energiza, estoy
aquí y ahora en mi dormitorio. Mi mente bulle entre detalles: qué camisa, qué
pantalón, qué zapatos ¿Perfume o loción?, ¿lentes de contacto o de grueso
armazón? No puedo esperar, comeré algunas galletitas y te invitaré a desayunar
en el Café de la plaza. Disfrutaré de tu gula por las medias lunas y de tus
risas por mis torpezas y mis chistes. Alabaré tu vestido por lo bien que te
sienta y tu peinado porque encuadra, perfecto, tu rostro.
Ansioso, levanto la persiana y abro el
ventanal. Me hiere la intemperie gris y, mi primer paso, astilla el cielo de
aquel mágico charco. Mis hombros se derrumban y mi ánimo se abate ante tanta
realidad. Por más que lo intento, no consigo olvidarte desde tu abandono.
Triste y con frío
regreso a la soledad, a ese vacío que no se llena. Clausuro todo a cal y canto,
me arrebujo de nuevo entre las mantas, y desesperanzado te busco… te busco porfiado
y sin fin en mi memoria.
Cierro los ojos, me
obligo a dormir o morir; no lo sé. Y espero una vez más esa espléndida chispa
de mi amor. Esa que, feliz, te encuentra sin desfallecer en el sueño.
Carlos Caro
Paraná, 22 de julio de
2015
Descargar PDF: http://cort.as/VmXN
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