Derivo, navego y nado
sin fin. De norte a sur, de este a oeste, en la azul claridad o en la
fosforescente noche. Entre los campos de hielo o los sargazos del trópico.
Conozco cada océano, mar o profundo río. Cruzo cada estrecho y circunvalo cada
isla como propia. Juego con los delfines y acompaño a las ballenas a los abismos.
El agua es mi elemento
y mi mundo, nutre mi carne con los peces y mi mente con sus maravillas que,
pese a los milenios, no termino de conocer. Según las leyendas fui creado a la
vez que los Titanes en la tierra, sin embargo Zeus no me castigó al Tártaro
como a ellos, sino que destinó mis congéneres a Poseidón para embrujo eterno
del humano.
Tal mágico designio me
convirtió en un ser solitario y escaso. Nadie repara en mí ya que las conocidas
son las féminas de mi especie, las Sirenas. Esperan que la luna llame a la
marea que oculta los dientes de los arrecifes y entonces corean su hechizo a
los navegantes. La locura desvía su rumbo, el terror los sorprende y ellas
fagocitan como demonios el alma de los ahogados obteniendo de ese modo el don
de la metamorfosis durante el día.
Ellas son la razón de
mi casi inútil existencia. Tan eternas como yo, me siento un zángano que
aguarda toda una vida el vuelo de una reina o uno de esos solitarios osos Panda
que jamás se cruza con una compañera. Como Tritón, disfruto de los dones con
que me ha provisto la naturaleza mientras espero sin desespero mi hora; quizás dure
eones en llegar. Solo seré llamado cuando alguna desaparezca (sin entender la
razón) y mientras tanto me dedico a mi bucólica vida.
Milenios esperé vagando y sin querer las
descubrí en un atolón. Escuché sus voces que se que confundían con el ulular de
la tempestad, escuché el estruendo del naufragio y también los gritos de los
infortunados que, con un gorgoteo, se hundían en la tumba de olas para ser
pasto de peces.
Era la primera vez que
las veía y, con una extraña fascinación, comencé a rondarlas. Una noche
tranquila se acercó Cíalu y supe entonces que estábamos predestinados. Una vez
saciada su hambre recorríamos juntos la estela de la luna que se mecía en el
agua. Durante el día la espiaba cerca de la costa mientras ella se transformaba
y adquiría piernas. Con una sonrisa se alejaba y corría mientras saludaba con
la mano.
Eran tantas las cosas
que desconocía y que no tenían explicación que, sorprendido, sentí un dolor en
mi pecho cuando conoció el amor de un hombre. Sin saber sabía que, como mujer, junto
a la inmortalidad, había perdido definitivamente su cola de pez y me aleje sin
mirar atrás. Su destino se había cumplido.
Sin memoria, paso algunas
noches por aquella playa. De vez en cuando el canto de una anciana me sorprende
y atrae con una voz tan potente como seductora. También suena extrañamente
conocida y, aunque el instinto indica que no debo, rompo tabúes, me muestro, y alzo
la mano en una despedida nostálgica que se hunde reticente en el mar.
Carlos Caro
Paraná, 11 de agosto
de 2015
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Qué historia tan bella. Me ha recordado las leyendas antiguas de personajes mitológicos. Al leerte siempre siento un poquito de envidia, sana, claro. Un beso, Carlos
ResponderEliminar¿Por qué una sirena envidiaría a un tritón? Un beso.
EliminarUn registro que no te conocía, amigo. Me encanta la sensibilidad que desprendes, la nostalgia que se adivina en su final. Compañero, eres de lo mejor que me he encontrado en este mar de www, y ahora que cada vez estoy mas en la orilla y más alejado del agua, también alzo la mano tratando de perderme en tus cuentos de nuevo.
ResponderEliminarEspero leerte pronto.
La nostalgia es la tuya Alejandro, cuanto siento que no te puedas expresar. Pero ya saldrá el sol de nuevo, y con sus rayos leeré nuevamente tus escritos. Un abrazo.
EliminarTan sorprendentemente variado, tan rico en descripciones y bello en metáforas como siempre.Enhorabuena Carlos eres un gran escritor!!!!Ojalá yo fagocitara algo. Enhorabuena!!!!
ResponderEliminarTantos textos te he leído que quedas condenada, por mi tridente, a escribir todo lo bueno que pasa a tu alrededor. Un beso, Carlos.
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