Algo me carcome en un
darme cuenta. Incluso mi yo más profundo aún no lo cree. Solo la razón me ha
hecho dudar y a regañadientes recapacito. Al defender los pilares de mi vida,
hago excepciones, casos particulares y justificaciones. Mi corazón no podría
sufrir la idea que mis padres no me quieren, que mis amigos sean falsos o que
mi mascota solo busca comida en mi compañía. Sin embargo, se atormenta al dudar
de tus sonrisas, tus caricias y tus besos.
Mi personalidad es
extraña y tortuosa. Se formó así de pequeño para sobrevivir a los malos tratos
y burlas de mis compañeros de escuela, ¿o quizás fue al revés?, y estas fueron
su reacción a lo raro de mi conducta.
Sea como fuere,
recuerdo que desde entonces me sentí en el tablado de un teatro. En él todos
actuábamos y representábamos nuestros personajes según un guion. Desapareció la
maldad de los que me rodeaban ya que seguían la trama. Desapareció la envidia,
los celos y la traición, pues también seguían el libreto. Gracias al argumento pude
crecer y encarrilar mi vida rodeado de paz, buenas intenciones y cariño. En el
escenario era el mejor actor. Nadie me representaba mejor que yo.
Como trabajador, me
levantaba temprano todos los días, me acicalaba en la oscuridad para no despertar
a nadie y partía en puntas de pie con apenas un roce de la puerta. Un viaje
anónimo al trabajo y un “buen día”, que respondían con su eco las paredes y los
ojos gachos e indiferentes de los demás empleados. Se levantaba el telón, y el
bueno de mi jefe, en su papel, me atosigaba con amenazas toda la jornada. El
resto no se quedaba atrás, me endilgaban sus tareas y se entretenían con
pequeños vejámenes que provocaban sus risas. Debía hacer un esfuerzo para no
reír con ellos, y me maravillaba ante su trabajo actoral. No podía esperar que
terminara la función y comentarles lo bien que lo hacían. Sin embargo, al
terminar la representación todos tenían algún compromiso y me dejaban solo con
el trabajo atrasado y la consigna de apagar la luz.
Regreso tarde, en la
misma oscuridad que partí y antes de entrar, repaso las líneas del ensayo para nuestra
función. Al entrar tienes todo preparado, ya has cenado y me ofreces un beso
tan frío como la comida. Chichón, también comido, hace algo de bulla para
conformarme y abanicando la cola, vuelve a su cucha. Admiro cómo representas tu
indiferencia, casi aplaudo tu silencio y, si no fuera por el cansancio, me conmovería
el hastío con el que apagas la luz al arroparte en la cama.
En la noche todo se
derrumbó. En ella mis ojos, ciegos por la oscuridad, rodaron líquidos hasta la
almohada. En ella mi garganta gritó en silencio mi angustia. En ella quiero
creer que nos quisimos y que nos queremos. Que no actuamos nuestro amor, que no
hubo tramas ni coreografía y que tu juramento, fue tan eterno como el mío,
mientras fingimos bailar esa música que no olvido.
Me agoto en la insania
y el sueño busca la victoria, pero con un espasmo lo detengo un instante,
cierro mi caparazón nuevamente y repaso en mi mente el primer Acto de mañana
¿Acaso
el guion no lo ha hecho Dios?
Carlos Caro
Paraná, 24 de
setiembre de 2015
Descargar PDF: http://cort.as/WafY
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